Existen preguntas que algunas veces nos hacemos y que resultan difíciles de responder. Una, a la que no le encontramos una respuesta que nos conformara, es ¿por qué razón ahora, y en especial con los jóvenes, resulta tan difícil plantearse la opción de Patria o de Colonia, un dilema que enamoró a tantas y tantas generaciones de argentinos? Seguramente no es fácil hallar una respuesta precisa, pero tampoco deja de serlo el encontrar cantidad enorme de hechos y de razones que, sobradamente permiten comprender el decaimiento de todo espíritu nacional. Comencemos por los desgarramientos del movimiento popular en los años setenta. Pesadísimo antecedente y causa más que suficiente para el desaliento generalizado; no obstante lo cual y como si aquellos acontecimientos hubiesen ocurrido ayer nomás, resulta frecuente que, desde altas funciones oficiales, se continúe tomando partido por uno de los bandos en pugna, el que hiciera a lo mejor enemigo de la bueno. De esa manera, se continúa justificando los extravíos ideológicos de la época, justamente por parte de quienes, ahora, treinta y cinco años después, y lobotomizados de todo sueño revolucionario, han hecho gala extrema de un pragmatismo y de toda aspiración que no sea la de mantenerse en el poder, ubicar a los de la propia sangre en altos puestos y multiplicar de manera periódica sus depósitos en el exterior…
Luego de los desgarramientos y preparado el terreno, en 1976, vino la dictadura y el genocidio, se implantó el terror en la sociedad y la desaparición de personas cavó heridas profundas en el alma de los argentinos. El terrorismo de Estado superó todo lo previsible y lo imaginable en función de quebrantar todo espíritu de rebeldía… Realmente espantoso. Un genocidio llevado a cabo por fuerzas que equiparaban de manera sistemática los símbolos nacionales a la idea de país y a sus prácticas criminales. A todos quienes teníamos encarnada la Nación en la gente y en su historia, nos costó muchos pero muchos años, en esa situación, volver a hacer propios los colores patrios, es natural que haya sido aún más difícil para una generación nacida en los entreactos y sometida a un proceso de franco desdibujamiento de la identidad nacional. Para muchos de ellos, la bandera fue probablemente el jolgorio del mundial, el sentirse ganadores y festejar la gloria de los goles, aunque significara olvidar a los desaparecidos y a los muchos que estábamos en las cárceles y en los campos, y escuchábamos desde nuestro encierro, pasar a la multitud, embriagándose con el nombre de Ar-gen-ti-na! Ar-gen-ti-na!. Luego, a poco andar, vino la guerra de Malvinas, la euforia, la plaza de Galtieri y luego el desplome de todas las expectativas. Después de un breve arrebato en que pareció que ganábamos y el viejo odio contra Albión se convirtió en un exaltado sentimiento de argentinidad, quedó tan sólo la rabia, las lágrimas y de nuevo los gases y los garrotes de la policía.
Pero la historia continúa, no se detiene, y cuando las cosas no se asumen ni se resuelven, lamentablemente, se repiten. Volvió la democracia. “Con la democracia se come, se cura y se educa....”, rezaba un eslogan de campaña que nos propusieron algunos, y en el que creyó la sociedad argentina. Un 10 de diciembre de 1983, desde el balcón del Cabildo, ante una plaza de Mayo atestada de esperanzas, Raúl Alfonsín dio inicio a una etapa en que muchos pensaron que nada podía salir mal. Lamentablemente todos nos equivocamos, una vez más. Descubrimos que con la democracia no comíamos ni nos curábamos, ni tampoco nos educábamos. Y a pesar del Juicio a la Junta y del Nunca más, todo terminó en un penoso golpe de mercado, el vergonzoso adelantamiento de las elecciones y la aparición de un nuevo planeta en la constelación de la Argentina Potencia: el menemismo.
En neoliberalismo de los años noventa, de nuevo el carrusel de los políticos y de los empresarios prebendarios, llevándoselo todo como en un remate en que los bienes salen al mejor postor. La plaza de Neustadt llena de gente. Las plazas de Menem, las cuotas de los electrodomésticos, el acuerdo espurio con Alfonsín para reformar la Constitución Nacional en el año 94 y producir un desmembramiento territorial de la idea de país que aún perdura. Por fin, la reelección, junto al poder supremo, el robo generalizado para la corona y la implantación de las cadenas de mando que proporcionan la distribución de sobres con dineros y que también, lamentablemente, todavía perduran…. Sí, la reelección de Menem en 1995, cuando ya nadie podía sentirse engañado porque estaba claro de qué se trataba, y sin embargo continuaba ganando... La reelección, avalando con su peso electoral la entrega, a la vez que un sueño delirante de primermundismo cholulo. Al menos ahora que se han hecho públicas las orgías de Berlusconi y los escándalos con menores saltan a los noticieros y lleva hasta el pronunciamiento del Vaticano, sabemos que en algunas cosas fuimos los primeros y que las travesuras del líder de Forza Italia, son apenas intrascendentes juegos de viejo verde, frente a lo que se vivió en la Argentina durante años y que, no solo no quisimos ver ni denunciar en su momento, sino que hemos preferido olvidar piadosamente, supongo que por nosotros mismos…y por los muchos que lo votaban y lo festejaban en aquellos tiempos de embriaguez y de locura.
Del menemismo pasamos a la Alianza, primero con el Chacho Álvarez que, pensábamos se confundía con el común porque viajaba en Subterráneo y atendía en el Café de Varela Varelita, y luego de la interna, con ese aburrido Chupete De la Rua que, más tarde y en plena gestión presidencial se permitía ridiculizar Tinelli con impunidad. El 24 de octubre de 1999, la fórmula de la Alianza derrotó a Eduardo Duhalde y Ramón Ortega, quienes amargamente se quejaron del escaso apoyo que les dio el presidente Menem. El interregno duró poco, en los primeros meses del año 2000 y con motivo de la aprobación de la Reforma Laboral en el Senado, Moyano hizo público que el ministro Flamarique le confesó que a los Senadores los arreglaba con la tarjeta Banelco, y se desató una crisis con fuertes rumores de coimas en el Congreso Nacional. En agosto y cuando la crisis ya no podía detenerse, Chacho pidió el desafuero de todos los Senadores y el Senador Cafiero, ante los jueces que lo citaron a declarar, inculpó a sus colegas Ortega, Bauzá y Pardo y rompió con el bloque. La crisis se fue haciendo total, se restringieron los fueros de los Senadores, las renuncias se acumularon, lo mismo las acusaciones cruzadas y los reclamos de inocencia. En el mes de octubre de ese año 2000, Chacho presentó su renuncia súbita a la Vicepresidencia de la República. En diciembre la Argentina recibe una ayuda de cuarenta mil millones de dólares por parte del FMI: En marzo del 2001, renuncia Machinea al Ministerio de Economía y asume López Murphy. Pero aunque el gobierno respalda el severo ajuste propuesto por López Murphy, la reacción política en contra suya se extiende y Chacho Alvarez el progresista, propone a Cavallo como Ministro. De la Rua lo nombra y consigue que el Congreso le conceda poderes extraordinarios. No obstante ello los mercados le dan la espalda al gobierno, Cavallo viaja a Canadá y no obtiene nuevos préstamos del FMI. Los índices de riesgo país se disparan… El clima político se cortaba con un cuchillo, las manifestaciones se enfrentaban en las calles a la Policía, y a fines de noviembre, el país estalló…
Los finales de ese año 2001 y los principios del año siguiente, serán siempre recordados como el tiempo del desplome de una Argentina dada, el desfondamiento de sus instituciones y el descrédito extremo de su dirigencia. Las asambleas populares en los barrios y ciudades reemplazando la acción gubernamental por la democracia directa, así como el repudio a las dirigencias políticas en los espacios y lugares públicos, mostraron su fuerza popular por una parte y sus limitaciones por la otra. El papel de las izquierdas fue decisivo en la aniquilación del grueso de las asambleas y particularmente en la de Parque Centenario, pero también es verdad que la horizontalidad y la rebeldía alcanzaron un techo, y que la consigna aglutinante de que se vayan todos, si bien encarnaba los sentimientos colectivos, no alcanzó a generar un camino de cambios como el que hubiese sido necesario. Mientras la dirigencia política cambiaba presidentes y discursos, el menemismo proponía dolarizar la economía y el duhaldismo se esforzaba por generar una alternativa de viabilidad institucional e inventaba como presidente de los argentinos al gobernador de la lejana provincia de Santa Cruz.
Decíamos nosotros como GRR en aquellos días decisivos y febriles, en un documento que, ya frente a Kirchner presidente, denominamos Estado de Gracia: El calidoscopio, tan grato al ocio, provee una buena imagen de nuestra circunstancia. Su inestabilidad intrínseca da lugar a paisajes muy diversos: una cuenta minúscula de color puede pasar a primer plano y, multiplicada por el juego de espejos, hacer desaparecer por un instante a las piedras quizás más grandes, que quizás en un segundo movimiento puedan copar la escena, multiplicarse en espejos y hacer desaparecer las rutilantes que habían estado hasta aquí, por un instante, copando la escena. Las figuras que aparecen entonces son múltiples, pero la metáfora se detiene aquí pues no hay del lado del observador un alma ociosa que se deleite en el pasatiempo. Estamos adentro del calidoscopio, somos una de esas piedritas: cada ínfimo movimiento significa un barquinazo que nos obliga a pensar de nuevo. Y aquí estamos, entonces, nuevamente, en un taller tratando de percibir la figura que vemos, que hacemos y que somos. Al menos ese calidoscopio nos indica que la realidad neoliberal ha perdido su hegemonía absoluta. Los cascotes, las piedritas y las cuentas se han desplazado. Y entonces, nos las tenemos que ver con una realidad neoliberal, en principio, sin gobierno neoliberal. Nos las tenemos que ver con una dinámica dispersante de un modelo agotado como modelo pero vigente en miríadas de partículas dispersas. En esta circunstancia, sería absurdo consagrarse a la sesuda elaboración de un programa más ajustado a las circunstancias; más sensato es intentar situar las bases para la construcción política posible de un movimiento de pensamiento. Por supuesto, tendremos que lidiar con los efectos insidiosos de veinticinco años de pensamiento único; en caso contrario, no encontraremos ni las consignas convocantes ni las consignas conceptuales ni el modo de liderazgo o, más que de liderazgo, de construcción. Pues lo que se nos ha ido revelando en las distintas derivas de Estado en construcción es que la idea misma de construcción supone y asume una alteración en los modos de construir. En construcción obliga a construir de otro modo, no sólo a construir otra cosa. La catástrofe nos impide cualquier nostalgia eficaz. EL ciclo que va del 19 y 20 de diciembre de 2001 a las elecciones del 27 de abril y después del 2003 significa un punto de no retorno a la tradición política 1983-2003, pues se ha dado un cambio general en las condiciones del pensamiento y de las prácticas políticas. Vivimos momentos iniciales; las cosas que se han movido mucho, los instituidos que se han agitado tanto ¿pueden volver a su lugar? El calidoscopio no es amigo de los equilibrios estadísticos. Por el contrario, es amigo de lo complejo pues cada piedrecita se compone con cada una de las otras y en la totalidad de los espejos se arman las figuras, pero estas figuras pueblan una escena inestable y permanente donde el equilibrio es mínimo. Por otra parte, además de que las catástrofe signifique un punto de no retorno, de que el ciclo que va de que se vayan todos a las elecciones de abril haya alterado las condiciones de la construcción, tenemos quizás una recomposición nueva en el seno del peronismo. Después de la torsión izquierdista, del montonerismo, después de la torsión ultraliberal del menemismo, ¿hacia dónde se orientan las fuerzas de aquel hecho maldito del país burgués?
Han transcurrido casi ocho años desde aquellos interrogantes nuestros colmados de expectativas. Hoy sentimos confesar que, aquella Argentina del desfondamiento y de la catástrofe, aún permanece, aunque se encuentra cubierta por un manto espeso de asistencialismo, de simulaciones y de discursos progresistas. Sobre esa Argentina en catástrofe y en rebeldía de los años 2002 y 2003, no se ha construido de otro modo, tal como proponíamos, no se ha construido de otro modo ni se ha construido otra cosa. Sencillamente, volvimos a juntar los pedazos de lo que estaba roto, muchos antiguos revolucionarios devinieron funcionarios y burócratas, y en definitiva, cambiaron los collares, pero no cambió el perro. Las recomposiciones habidas han sido neoliberales y negadas a la participación popular y a toda idea que no sea la de que los partidos políticos aunque irrepresentativos, continúen manejando la vida política argentina. La constitución del 94 continúa en vigencia, asegurando a los barones provinciales sus derechos a los recursos naturales, sobre cuya explotación basan el poder que tienen. La Argentina se ha sumado a procesos progresistas generados a lo largo de toda América Latina, procesos que buscan en diversos lenguajes, adecuarse a las nuevas circunstancias de la Globalización. Son consecuencia de las luchas de sus pueblos, pero también, de que las relaciones internas del poder cambiaron y sobre todo, que son otras las reglas y necesidades de los mercados globales. La primarización de las economías y la implantación de modelos agroexportadores y extractivistas, ponen el acento en la producción de materiales estratégicos, commodities transgénicas como la soja RR y biocombustibles. Estos gobiernos han abierto sus países a las enormes Corporaciones transnacionales y aprovechando la favorable modificación de los términos del intercambio y las gigantescas rentas o utilidades que les dejan las exportaciones, han generado parodias de justicia social, basadas en planes asistenciales para sostener el desempleo y en provisión de comidas chatarras para los hambrientos.
En la Argentina, y desde los extravíos políticos de los años setenta, parecemos incapaces de retomar la construcción de un Proyecto equilibrado de Nación, un proyecto consensuado y con participación de todos los argentinos. Parecemos condenados a ir dando tumbos. Avanzamos, si es que avanzamos hacia alguna parte, dando bandazos y los excesos de una etapa parecieran pretender luego ser compensados por otros excesos, aunque en un sentido opuesto, como si tratáramos de reparar la historia pero siempre a destiempo, provocando todo lo contrario de lo que nos proponemos. De esa manera, muchos de los apresurados de ayer serán indefectiblemente, los retardatarios de mañana, los muchos que reclamaban el socialismo a todo riesgo en los setenta, luego engrosaron masivamente las filas del menemismo en los años noventa. Aquellos errores les sirven ahora, a muchos y especialmente a muchos jóvenes, para justificar sus actuales adscripciones a un ordenamiento institucional en función del modelo productivo y la concreción de logros sociales de una gradualidad exasperante. Logros que, son por otra parte permanentemente sobrepasados por el creciente estado de necesidad y por el deterioro de los recursos ecológicos que, alucinados por su fe en el progreso y en las tecnologías, son incapaces de tener en cuenta. La partidocracia se ha reconstituido y con el vaciamiento ideológico de los partidos y la existencia de fuertes organizaciones sociales, basadas en la distribución de planes y en el dar de comer, se ha reproducido una dirigencia venal, similar o aún peor a la que enfrentara la Argentina de finales del año 2001. Esa dirigencia política que se reproduce por nepotismo o por cooptación funcionarial de cuadros jóvenes, escala el poder pisando los peldaños de sus propios errores y de sus pequeños crímenes: Una norma de hierro es no arriesgar vaticinios, no anticiparse a los otros, no ser capaces de imaginar otros mundos u otro futuro, pero más aún que ello, no expresarlo jamás en público. Los que lo hicieran estarán fuera del juego…En una sociedad sin mayores sueños, la militancia es fundamentalmente rentada y deviene en un modo de vida. Como en la práctica del montañismo, es importante respetar las cordadas que, terminan constituyendo tribus y hasta bandas dentro del Estado.
Podemos, aunque con tristeza, comprender que las luchas por un ideal de Nación que enamoraran a otras generaciones no lo hagan de la misma manera con nuestros jóvenes de hoy. Podemos comprender y justificar cierto pragmatismo y ese modo tan informático de explorar diversos caminos y posibilidades, sin imponerse reglas o jerarquías entre ellos. Lo que ya no podemos es aguardar a que, los muchos que están comprometidos con un régimen que supedita el destino de la Argentina al interés de las Corporaciones y los mercados globales, den su vuelta de tuerca y retornen travestidos, dentro de vaya a saber cuánto tiempo. El tiempo de comprender es ahora, no estamos midiendo candidatos, estamos postulando una vez más la Liberación Nacional frente a un proyecto claramente expuesto de subordinación y de neocolonialismo. Lo repetimos, el tiempo de comprender es ahora, mañana será tarde…
Jorge Eduardo Rulli
http://horizontesur.com.ar/radio/
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